domingo, 16 de diciembre de 2007

Mario Santana
Florecer

Escribió una vez Pablo Neruda, para terminar uno de sus veinte poemas de amor, algo similar a esto: “Me gustaría hacer contigo // lo que la primavera hace con los cerezos”. Hablando una vez con un amigo sobre esos dos versos que a mí me resultaban tan gráficos y visuales, resultó que él no entendía bien qué significaba aquello, y de una forma un poco más prosaica intenté explicarle; cualquiera que haya salido al campo en primavera verá que no sólo los cerezos, sino en general los frutales, el monte bajo, toda la vegetación, de repente surge de su letargo y empieza a echar brotes. De lo más seco, del tronco sin vida, brota el renuevo. De las ramas peladas y muertas empieza a aparecer la vida que se tiñe de color verde. En incluso, como con los cerezos, directamente en las ramas brotan las yemas que estallan en flor y casi sin mediar una transición se pasa del árbol pelado a la borrachera de flores que hacer sentir exultante a cualquiera que lo contemple.

La Palabra de Dios de hoy ha sido para mí como escuchar a Dios recitándome al oído un poema de amor de Neruda; como que Dios me hablaba con serenidad y me hacía una promesa: desierto y yermo se alegrarán, florecerán el páramo y la estepa, hasta el mayor de los secarrales se tornarán en gozo y alegría… porque viene tu Dios a salvarte. Dios quiere hacerme florecer, y quiere que yo sea una flor más en este mundo a veces tan seco, tan triste, tan incapaz de dar fruto, tan cerrado a la gloria y tan empeñado en mostrar la acción devastadora del paso del ser humano por él. Y por eso, mi primera invitación a todos vosotros al escuchar la Palabra proclamada es a pararse a escuchar esa promesa, ese poema de amor que Dios nos hace, porque sólo sintiéndose tan amados por Él podremos realmente vivir en la actitud básica del adviento: la esperanza. Espera el agricultor que sabe que de la sequedad de la tierra escarbada saldrá algo. Espera él cuando pacientemente deja pasar los días, y aunque no sepa exactamente cuándo será, pues depende de muchas circunstancias, está atento a los primeros brotes para, entonces, ponerse a abonar y estimular que florezca en plenitud. Y esperamos nosotros cuando a pesar de las malas noticias que cada día nos llegan de nuestro pequeño o gran mundo sabemos vislumbrar esos brotes que dan sentido a nuestra espera.

Por eso, es bueno también preguntarnos, ¿cómo ando yo de esperanza? ¿Soy capaz de ‘esperar’ en la confianza de la promesa de Dios? ¿Y me esfuerzo por mantener los ojos abiertos para detectar esos brotes de vida en mitad de la desolación que a veces nos rodea?

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